jueves, 25 de febrero de 2016

EL MITO DE LA TABERNA

   “Vicente Pérez Caro era un capataz al que nadie podía ver, pero para mí, era el único capataz claro que había en Sevilla. El sitio donde paraba era el bar El Colmo, en la misma Puerta Osario. Llegaba allí y lo primero que hacía era poner en una pizarra lo que se iba a cobrar cada día de la Semana Santa. No había nada que preguntar. Vicente era ante todo muy claro siempre con sus hombres, y tenía una buena cuadrilla también”. (Santiago Estepa Gómez “El Mejo”, costalero de Sevilla)
   Antiguamente el capataz de cofradías solía verse con su gente en el denominado como cuartel general, el cual en la mayoría de las ocasiones era una taberna que se solía ubicar en un lugar que no cogiera muy a trasmano al personal. La taberna era pues lugar de encuentro para la gente de la cuadrilla durante todo el año. Pasado San Blas se convertían en improvisada oficina de empleo donde el capataz confeccionaba su cuadrilla de cara a la inminente Semana Santa. Allí se realizaba la lista para saber con quién se contaba, y por el contrario descartar a aquellos que habían decidido cortarse la coleta o cambiar de aires. En los cuarteles generales de las cuadrillas de costaleros se vivía otra Semana Santa paralela a la del resto de la ciudad. Los bares y tabernas se convirtieron durante siglos en albaceas de la memoria inmaterial, del mito y la leyenda, de estos verdaderos galeotes de la Semana Santa sevillana. El capataz, la cuadrilla, la taberna, y el feudo se funden en términos complementarios, los cuales, en multitud de ocasiones se hacen casi imposibles de delimitar en este complejo y particular mundo de la gente de abajo.
   En España, pero sobre todo en la mayoría de las poblaciones de nuestra querida Andalucía, los bares y las tabernas son un popular fenómeno social que ha marcado la cultura y las costumbres de numerosas generaciones. Tradicionalmente los bares han sido lugares de encuentro y de reunión informal frecuentados a diario por un público mayoritariamente masculino. En nuestra tierra es habitual que todo barrio o calle principal tengan uno o varios bares que son visitados de forma habitual por muchos de los vecinos. La taberna ha venido desempeñando diversas funciones sociales en la cultura popular urbana como centro de sociabilidad. Tradicionalmente ha ocupado un lugar principal en la convivencia diaria de la cultura del pueblo como centro de contestación pública. Las tabernas además de improvisadas oficinas de empleo se convertían en centros de esa cultura urbana soterrada por la hipócrita sociedad de la época ajena a la realidad del trabajo que estos hombres tuvieron que soportar en innumerables ocasiones, esa misma sociedad criticó con extrema dureza en demasiadas ocasiones el honrado trabajo de estos verdaderos esforzados de la trabajadera.
   Centrándonos un poco en los principales capataces de cofradías durante la denominada “Edad de Oro”, comprendida entre los años cincuenta y sesenta del pasado siglo XX, podemos aportar lo siguiente sobre la cuestión: - Manuel Bejarano Rubio junto a su inseparable Antonio Cebreros, paraba habitualmente en Casa Antonio, establecimiento situado en la trianera calle Rodrigo de Triana. - La familia Ariza solía reunirse con su gente en la taberna de Francisco Reyes en plena calle Castilla, también en el barrio de Triana. Posteriormente tuvieron otros emplazamientos en el mismo barrio como por ejemplo El Rinconcillo. - Vicente Pérez Caro como referíamos anteriormente lo hacía en la taberna del Colmo, que se encontraba en plena Puerta Osario, y después de su cierre se trasladó hasta el Punto que se encontraba en la misma zona anteriormente referida. - Alfonso Borrero Pavón junto a su hermano Jeromo no tenían un lugar fijo, aunque solían parar siempre por la zona de la Moneda y el Arenal. - Rafael Franco Rojas lo hacía en Casa Silva que estaba en la calle Feria en la confluencia con la calle Castillo Lastrucci. - Como contrapunto a todos los capataces anteriores nos encontramos con la figura de Salvador Dorado Vázquez “El penitente”, genio y figura, era el único que no se reunía con su gente en una taberna, lo hacía a las puertas del desaparecido teatro Portela en la actual avenida de Cádiz, frente a los Jardines de Murillo. - Aunque no pertenecen realmente al elenco de los capataces de la denominada anteriormente como “Edad de Oro”, por su trascendencia haremos referencia también a la familia Rechi que solían parar en el bar La Moneda en el arranque de la calle Santander, y a Domingo Rojas y Manuel “El Moreno” que hacían lo propio en Los Tres Reyes, en la calle Reyes Católicos.
   La gente de abajo hizo de los ambientes tabernarios su hábitat natural fuera de la oscuridad de las parihuelas en un momento en el que ni la televisión ni las redes sociales contaminaban las reglas de la convivencia básica de la sociedad. Nos encontramos ante personas que en su mayoría tenían un nivel socioeconómico muy bajo, por lo que las relaciones entre iguales eran fundamentales para el sostenimiento en el tiempo de la cuadrilla como grupo humano. Algunos de estos hombres, desgraciadamente cada vez menos como consecuencia del inexorable paso del tiempo, que dejaron debajo de los pasos sangre, sudor y esfuerzo, viven todavía entre nosotros arrastrando las secuelas de su paso por las trabajaderas con legítimo orgullo, por desgracia muchos otros se han ido quedando por el camino.

                                                                                                              Gonzalo Lozano Rosado