Vivimos
en una tierra en la que con demasiada frecuencia tendemos a confundir
el mito con la realidad de las cosas. Resulta más que evidente que a
la hora de acometer una investigación seria, es manifiestamente
necesario comprobar previamente la veracidad de la información
recabada, sobre todo cuando la principal fuente documental es la
controvertida y cuestionada tradición oral. El
costalero en su consideración histórica nace en la ciudad de
Sevilla como una actividad marginal de gente dedicada a la carga que
en la ocasión festiva que significaba la Semana Santa, eran
contratados para portar los pasos de las hermandades y cofradías.
Estibadores del muelle, areneros del río, cargadores de los mercados
de abastecimientos, tejareros, etc., eran ocupaciones según el
concepto del sociólogo y economista alemán Max Weber, de gente
“negativamente” privilegiada, que como tales, estaban sujetas a
la categoría de oficio, libre mercado, dependencia económica y
salario.
Los
costaleros antiguos, en ocasiones habían planteado dificultades a
las hermandades y cofradías sevillanas, no sólo dejando de acudir
para sacar los pasos, sino pidiendo más emolumentos, que en el caso
de no ser concedidos se convertían en una amenaza inmediata de
convocatoria de huelga con el consiguiente descalabro que ello podía
suponer para mucha gente. Pero nada de lo ocurrido con anterioridad
puede ser comparable con lo sucedido en el año 1901. Llegado los día
previos a la Semana Santa se produjo lo que al parecer, porque no se
conoce otra anterior, fue la primera huelga, ocasionada por los
enfrentamientos de los costaleros con las hermandades y capataces de
Sevilla. Aunque como veremos a continuación, la génesis del
conflicto no se activa en el seno de las cuadrillas, sino que más
bien es una reacción en cadena que se propaga por los diferentes
gremios de la ciudad hasta llegar también al de los costaleros.
A
comienzo del pasado siglo XX España se encontraba sumida en una
profunda crisis económica y social, el panorama nacional estaba
caracterizado por el fracaso de la Restauración borbónica, a lo
cual habrá que añadir el lastre de la pérdida de las últimas
colonias de ultramar en el año 1898.
La Andalucía de comienzos del siglo sigue siendo una
región gobernada por caciques y “señoritos”, que basaban su
poder y riqueza en la acumulación de tierras y en la explotación de
sus trabajadores. En otras palabras, eran señores feudales
contemporáneos que habían cambiado sus tradicionales castillos por
cortijos en pleno siglo XX. Con respecto al ámbito local, nos
encontramos con una ciudad anticuada, anquilosada estructuralmente
que además se encontraba saturada de población desempleada como
consecuencia del éxodo rural que en aquellos momentos se estaba
produciendo. Además fue una época de sequias y epidemias, por lo
que la situación era tremendamente complicada a todos los niveles.
Aquel
año de 1901 las cosas comenzaron revueltas desde un primer momento
en el mundo de las hermandades y cofradías de Sevilla. Durante la
Cuaresma se originó una de las habituales polémicas entre las
hermandades de la época. El motivo de discusión no era otro
diferente del actual, la economía de las hermandades. En concreto
se trataba de la eterna discusión acerca de la cuantía de la
subvención que las hermandades habían de percibir por parte del
Ayuntamiento, que era la entidad que entonces gestionaba los palcos y
sillas de la carrera oficial. Finalmente el día 22 de febrero llegó
la propuesta de subvención del Ayuntamiento cuya cantidad total
ascendía a 16.500 pesetas.
El
montante a conceder por cada hermandad dependía de una serie de
criterios más o menos objetivos como el número de pasos, bandas de
música, tiempo de permanencia en la calle, día de salida, etc. A
modo de referencia detallamos algunas de las subvenciones que se
repartieron aquel año: Hermandad de la Estrella (600 ptas),
Hermandad de las Aguas (275 ptas), Hermandad del Cristo de Burgos
(400 ptas), Hermandad de la Macarena (750 ptas). Las hermandades del
Gran Poder y Silencio, como en otras ocasiones, renunciaban a
percibir cantidad alguna, por considerar que con los recursos
autogenerados por las propias hermandades les era suficiente para
afrontar los gastos de la salida además de reivindicar una vieja
autonomía respecto de cualquier poder público establecido.
En
el mes de enero del año 1901 los trabajadores de la imprenta del
diario sevillano El
Liberal
iniciaron una huelga la cual se extendió a los demás gremios de la
ciudad, costaleros incluidos. Esta circunstancia estuvo a punto de
dejar sin procesiones aquel año a la ciudad de Sevilla. Lógicamente
el inicio de todo hay que entenderlo en el ambiente enrarecido que a
todos los niveles estaba viviendo la ciudad de Sevilla en esos
momentos al comienzo del siglo XX. Las cuadrillas de costaleros se
agruparon y plantearon una serie de reivindicaciones a las cofradías
que habían de contratar sus servicios, basadas en mejoras salariales
y de otra índole, ante los atropellos que venían sufriendo por
parte de las mismas. Los capataces y costaleros de Sevilla celebraron
una asamblea el día 29 de marzo, viernes de Dolores, en la
Universidad, que entonces estaba en la calle Laraña, a la que
asistieron más de cuatrocientos costaleros y capataces. Lo que allí
se discutió, que supuestamente era lo que se le demandaba a las
hermandades, quedó recogido en un pliego que contaba con once
puntos. El único capataz de primera línea que verdaderamente tomó
partido y se implicó con los costaleros fue Antonio Torres Macías,
popularmente conocido por “Juanillo fatiga” en el mundillo de la
gente de abajo. La no implicación de los capataces era algo bastante
lógico ya que estos solían explotar habitualmente igual que las
hermandades a los costaleros, a los que trataban de forma vejatoria y
despectiva llegando en ocasiones al maltrato físico. Por lo que era
normal que no apoyasen las reivindicaciones de los costaleros frente
a las hermandades.
El
pliego con las condiciones que presentaron los costaleros en asamblea
a las hermandades
-
Tarifa de 5 pesetas por cada hombre para una estación de penitencia
normal de 4 horas.
-
1 peseta adicional a cada hombre por cada hora o fracción que pasase
de las 4 horas estipuladas anteriormente.
-
Exigencia de que el mayordomo, o en su defecto un representante de la
hermandad, avalase a esta, firmando a título personal.
-
El mayordomo será la persona encargada de pasar revista a la
cuadrilla por pate de la hermandad.
-
El mayordomo de la hermandad será el encargado de despedir a
aquellos costaleros que se encuentren embriagados antes y durante la
estación de penitencia.
-
En el caso de que el mayordomo no lo realizara lo anteriormente
estipulado, en su defecto el capataz no se compromete a hacerlo.
-
En caso de aplazarse la salida, suponiendo la retención de los
costaleros por más de una hora, deberá abonársele a cada hombre la
cantidad de 2´50 pesetas.
-
Los capataces deberán pasar lista varias veces, antes (en el
sindicato de los albañiles) y durante el recorrido, para evitar
desbandadas y que el paso valla con gente de menos.
-
Sobre el ritmo de las “chicotas”, estas no podrán ser tan
aceleradas que lastimen los músculos de los costaleros.
- En los pasos que pesen excesivamente
(Cena, Tres Necesidades, Exaltación, etc.) se contratará un tercio
más del personal necesario, para reponer en su caso a los más
exhaustos.
- En condiciones normales, se contratará a cinco
hombres por trabajadera.
Después
de la asamblea celebrada el viernes de Dolores, el sábado de Pasión
estaba el conflicto sin resolver al no haberse llegado a ningún
acuerdo, aún en la misma mañana del domingo de Ramos, el que
salieran las cofradías estaba por ver. Ese mismo sábado por la
tarde, una comisión de costaleros visitó a las hermandades del
domingo de Ramos preguntando si aceptaban las condiciones planteadas,
y ante la respuesta de que hasta las 22:00 h. no les darían una
contestación por estar reunidos los mayordomos, los costaleros
dijeron que se retiraban al Centro (Sindicato de Albañiles, situado
en la calle Universidad nº2) y que allí esperarían noticias. De
todas formas el domingo estarían todos los costaleros disponibles
desde las 10:00 h. hasta las 12:00 h. para sacar las cofradías. A
pesar de la intransigencia inicial de los costaleros, finalmente se
decidieron a sacar los pasos, por lo que las cofradías aparecieron
finalmente en la calle. Pero la huelga había dado sus frutos, pues
de los 12 reales que se venían pagando se pasaron a los 20 reales (2
pesetas) como mínimo, con la añadidura de un cuartillo de vino.
Este fue el trato que permitió que las cofradías pudiesen realizar
sus desfiles procesionales aquel año.
Los
años que siguieron a éste fueron conflictivos para el mundo de los
costaleros en general, planteándose frecuentes reivindicaciones en
materias salariales con los representantes de las cofradías. El
mecanismo de presión más significativo consistía en exigir mejoras
salariales el mismo día de la salida, poco antes de la hora
prevista, o incluso con los pasos ya en la calle, amenazando con
abandonar las trabajaderas. Esta última dio lugar a situaciones
esperpénticas en más de una ocasión.
Prácticamente
hasta la desaparición del modelo de carga encarnado por los
costaleros asalariados, las cuadrillas protagonizaron situaciones
complicadas en su elación con las hermandades, recordados en el orbe
cofrade son los incidentes de los Panaderos en el Santo Entierro
Magno del año 1965, así como el episodio de la Soledad de San
Buenaventura el viernes Santo del año 1972.
Gonzalo
Lozano Rosado.
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