martes, 2 de febrero de 2016

LA HUELGA DE COSTALEROS DE 1901

   Vivimos en una tierra en la que con demasiada frecuencia tendemos a confundir el mito con la realidad de las cosas. Resulta más que evidente que a la hora de acometer una investigación seria, es manifiestamente necesario comprobar previamente la veracidad de la información recabada, sobre todo cuando la principal fuente documental es la controvertida y cuestionada tradición oral. El costalero en su consideración histórica nace en la ciudad de Sevilla como una actividad marginal de gente dedicada a la carga que en la ocasión festiva que significaba la Semana Santa, eran contratados para portar los pasos de las hermandades y cofradías. Estibadores del muelle, areneros del río, cargadores de los mercados de abastecimientos, tejareros, etc., eran ocupaciones según el concepto del sociólogo y economista alemán Max Weber, de gente “negativamente” privilegiada, que como tales, estaban sujetas a la categoría de oficio, libre mercado, dependencia económica y salario.
   Los costaleros antiguos, en ocasiones habían planteado dificultades a las hermandades y cofradías sevillanas, no sólo dejando de acudir para sacar los pasos, sino pidiendo más emolumentos, que en el caso de no ser concedidos se convertían en una amenaza inmediata de convocatoria de huelga con el consiguiente descalabro que ello podía suponer para mucha gente. Pero nada de lo ocurrido con anterioridad puede ser comparable con lo sucedido en el año 1901. Llegado los día previos a la Semana Santa se produjo lo que al parecer, porque no se conoce otra anterior, fue la primera huelga, ocasionada por los enfrentamientos de los costaleros con las hermandades y capataces de Sevilla. Aunque como veremos a continuación, la génesis del conflicto no se activa en el seno de las cuadrillas, sino que más bien es una reacción en cadena que se propaga por los diferentes gremios de la ciudad hasta llegar también al de los costaleros.
   A comienzo del pasado siglo XX España se encontraba sumida en una profunda crisis económica y social, el panorama nacional estaba caracterizado por el fracaso de la Restauración borbónica, a lo cual habrá que añadir el lastre de la pérdida de las últimas colonias de ultramar en el año 1898. La Andalucía de comienzos del siglo sigue siendo una región gobernada por caciques y “señoritos”, que basaban su poder y riqueza en la acumulación de tierras y en la explotación de sus trabajadores. En otras palabras, eran señores feudales contemporáneos que habían cambiado sus tradicionales castillos por cortijos en pleno siglo XX. Con respecto al ámbito local, nos encontramos con una ciudad anticuada, anquilosada estructuralmente que además se encontraba saturada de población desempleada como consecuencia del éxodo rural que en aquellos momentos se estaba produciendo. Además fue una época de sequias y epidemias, por lo que la situación era tremendamente complicada a todos los niveles.
   Aquel año de 1901 las cosas comenzaron revueltas desde un primer momento en el mundo de las hermandades y cofradías de Sevilla. Durante la Cuaresma se originó una de las habituales polémicas entre las hermandades de la época. El motivo de discusión no era otro diferente del actual, la economía de las hermandades. En concreto se trataba de la eterna discusión acerca de la cuantía de la subvención que las hermandades habían de percibir por parte del Ayuntamiento, que era la entidad que entonces gestionaba los palcos y sillas de la carrera oficial. Finalmente el día 22 de febrero llegó la propuesta de subvención del Ayuntamiento cuya cantidad total ascendía a 16.500 pesetas. El montante a conceder por cada hermandad dependía de una serie de criterios más o menos objetivos como el número de pasos, bandas de música, tiempo de permanencia en la calle, día de salida, etc. A modo de referencia detallamos algunas de las subvenciones que se repartieron aquel año: Hermandad de la Estrella (600 ptas), Hermandad de las Aguas (275 ptas), Hermandad del Cristo de Burgos (400 ptas), Hermandad de la Macarena (750 ptas). Las hermandades del Gran Poder y Silencio, como en otras ocasiones, renunciaban a percibir cantidad alguna, por considerar que con los recursos autogenerados por las propias hermandades les era suficiente para afrontar los gastos de la salida además de reivindicar una vieja autonomía respecto de cualquier poder público establecido.
   En el mes de enero del año 1901 los trabajadores de la imprenta del diario sevillano El Liberal iniciaron una huelga la cual se extendió a los demás gremios de la ciudad, costaleros incluidos. Esta circunstancia estuvo a punto de dejar sin procesiones aquel año a la ciudad de Sevilla. Lógicamente el inicio de todo hay que entenderlo en el ambiente enrarecido que a todos los niveles estaba viviendo la ciudad de Sevilla en esos momentos al comienzo del siglo XX. Las cuadrillas de costaleros se agruparon y plantearon una serie de reivindicaciones a las cofradías que habían de contratar sus servicios, basadas en mejoras salariales y de otra índole, ante los atropellos que venían sufriendo por parte de las mismas. Los capataces y costaleros de Sevilla celebraron una asamblea el día 29 de marzo, viernes de Dolores, en la Universidad, que entonces estaba en la calle Laraña, a la que asistieron más de cuatrocientos costaleros y capataces. Lo que allí se discutió, que supuestamente era lo que se le demandaba a las hermandades, quedó recogido en un pliego que contaba con once puntos. El único capataz de primera línea que verdaderamente tomó partido y se implicó con los costaleros fue Antonio Torres Macías, popularmente conocido por “Juanillo fatiga” en el mundillo de la gente de abajo. La no implicación de los capataces era algo bastante lógico ya que estos solían explotar habitualmente igual que las hermandades a los costaleros, a los que trataban de forma vejatoria y despectiva llegando en ocasiones al maltrato físico. Por lo que era normal que no apoyasen las reivindicaciones de los costaleros frente a las hermandades.
   El pliego con las condiciones que presentaron los costaleros en asamblea a las hermandades 
- Tarifa de 5 pesetas por cada hombre para una estación de penitencia normal de 4 horas.
- 1 peseta adicional a cada hombre por cada hora o fracción que pasase de las 4 horas estipuladas anteriormente. 
- Exigencia de que el mayordomo, o en su defecto un representante de la hermandad, avalase a esta, firmando a título personal. 
- El mayordomo será la persona encargada de pasar revista a la cuadrilla por pate de la hermandad. 
- El mayordomo de la hermandad será el encargado de despedir a aquellos costaleros que se encuentren embriagados antes y durante la estación de penitencia. 
- En el caso de que el mayordomo no lo realizara lo anteriormente estipulado, en su defecto el capataz no se compromete a hacerlo. 
- En caso de aplazarse la salida, suponiendo la retención de los costaleros por más de una hora, deberá abonársele a cada hombre la cantidad de 2´50 pesetas. 
- Los capataces deberán pasar lista varias veces, antes (en el sindicato de los albañiles) y durante el recorrido, para evitar desbandadas y que el paso valla con gente de menos. 
- Sobre el ritmo de las “chicotas”, estas no podrán ser tan aceleradas que lastimen los músculos de los costaleros. 
 - En los pasos que pesen excesivamente (Cena, Tres Necesidades, Exaltación, etc.) se contratará un tercio más del personal necesario, para reponer en su caso a los más exhaustos. 
- En condiciones normales, se contratará a cinco hombres por trabajadera.
   Después de la asamblea celebrada el viernes de Dolores, el sábado de Pasión estaba el conflicto sin resolver al no haberse llegado a ningún acuerdo, aún en la misma mañana del domingo de Ramos, el que salieran las cofradías estaba por ver. Ese mismo sábado por la tarde, una comisión de costaleros visitó a las hermandades del domingo de Ramos preguntando si aceptaban las condiciones planteadas, y ante la respuesta de que hasta las 22:00 h. no les darían una contestación por estar reunidos los mayordomos, los costaleros dijeron que se retiraban al Centro (Sindicato de Albañiles, situado en la calle Universidad nº2) y que allí esperarían noticias. De todas formas el domingo estarían todos los costaleros disponibles desde las 10:00 h. hasta las 12:00 h. para sacar las cofradías. A pesar de la intransigencia inicial de los costaleros, finalmente se decidieron a sacar los pasos, por lo que las cofradías aparecieron finalmente en la calle. Pero la huelga había dado sus frutos, pues de los 12 reales que se venían pagando se pasaron a los 20 reales (2 pesetas) como mínimo, con la añadidura de un cuartillo de vino. Este fue el trato que permitió que las cofradías pudiesen realizar sus desfiles procesionales aquel año.
   Los años que siguieron a éste fueron conflictivos para el mundo de los costaleros en general, planteándose frecuentes reivindicaciones en materias salariales con los representantes de las cofradías. El mecanismo de presión más significativo consistía en exigir mejoras salariales el mismo día de la salida, poco antes de la hora prevista, o incluso con los pasos ya en la calle, amenazando con abandonar las trabajaderas. Esta última dio lugar a situaciones esperpénticas en más de una ocasión. Prácticamente hasta la desaparición del modelo de carga encarnado por los costaleros asalariados, las cuadrillas protagonizaron situaciones complicadas en su elación con las hermandades, recordados en el orbe cofrade son los incidentes de los Panaderos en el Santo Entierro Magno del año 1965, así como el episodio de la Soledad de San Buenaventura el viernes Santo del año 1972.




Gonzalo Lozano Rosado.


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